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La escritura y Grecia

27/02/2022

La escritura modificó sustancialmente las técnicas cognoscitivas y el procesamiento de la información. El modo de comunicación oral-auditivo resulta muy inestable, pues se da en el tiempo, se desvanece tan pronto como se produce y depende esencialmente del contexto y del momento. Por el contrario, el modo escrito se da en el espacio y se materializa en barro o fibras. Se torna duradero y se distancia del contexto de su producción, lo que favorece el análisis, la separación, yuxtaposición y comparación de unos textos con otros. Asimismo, permitió la acumulación y eventualmente la reorganización y mejora planificada, frente al cambio impalpable e indetectado por los agentes de las culturas orales. El escepticismo y la crítica, siempre presente en todas partes de manera individual, puede llegar así a registrarse en circunstancias sociales favorables y, al contraponerse al saber tradicional, pueden poner de relieve las inconsistencias y alentar su resolución. Si a ello unimos la facilidad de abstracción simbólica y contextual propiciada por la escritura, se abre la vía al análisis y la evaluación lógica y epistémica.

Es en este punto donde las variaciones culturales, técnicas y políticas empiezan a determinar diferencias en el conocimiento. Se trata sobre todo del tipo de escritura y de organización política en la que se insertan las personas letradas. Los sistemas de escritura jeroglífica y logográfica de Mesopotamia, Egipto y China utilizaban signos para palabras completas (en ocasiones, con complementos fonéticos), con lo que aprender la escritura del idioma natural entrañaba memorizar miles de signos escritos (unos dos mil en sumerio), además de su «recitación», pues no existía un vínculo entre signo y pronunciación como en los sistemas alfabéticos, que, al representar fonemas en lugar de palabras enteras, permiten leer y escribir cualquier término nuevo jamás visto u oído (cuadro 1.4). De ahí que el aprendizaje básico de la lectura y la escritura llevase más de media docena de años y se continuase luego con la especialización, pues aprender implicaba memorizar listas de palabras con los conceptos y clasificaciones asociados, de modo que la educación del escriba no exigía menos de doce años. La complejidad de esta escritura la reservaba a un grupo selecto apartado de la producción para la supervivencia, con lo que los escribas constituían la clase alta de servidores del Estado con unos fuertes intereses invertidos en el mantenimiento del sistema.

Cuadro 1.4
Un día en la escuela

(S. N. Krammer, La historia empezó en Sumer, 1965)

«He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura.»

La difusión de la idea de la escritura hubo de adaptarse a las características de las diferentes lenguas. El griego era una lengua flexional que no se codificaba bien en un sistema logográfico, por lo que se diseñó un sistema fonético de vocales y consonantes a partir de los signos silábicos fenicios. Al llevar el análisis del habla de los morfemas a los fonemas, un par de docenas de signos basta para codificar el lenguaje natural. Consiguientemente, los niños griegos tardaban en aprender a leer y escribir lo mismo que los nuestros. Esta peculiaridad del sistema griego de escritura tuvo consecuencias importantes sobre la extensión potencial de la alfabetización y la cultura escrita que no estaban ligadas de modo indisoluble a una casta administrativa y sacerdotal. Cualquier ciudadano del margen de la sociedad podía acceder al saber acumulado y poner por escrito sus dudas escépticas y sus ideas innovadoras.

Mas estas potencialidades del alfabeto no hubieran ejercido su efecto pluralista si no se hubiesen combinado con condiciones sociales y políticas muy peculiares de las poleis. Frente a los vastos imperios fluviales, las pequeñas ciudades griegas poseían una mayor distribución del poder político. En la época en que apareció la escritura (siglo VIII a. C.), las monarquías de un basileus, que era a la vez sacerdote, juez y general, estaban siendo sustituidas por gobiernos aristocráticos basados en la hegemonía de una clase restringida, pero de iguales. Este fenómenos se acentuó con las tiranías (siglos VII-VI a. C.) contrarias al monopolio de la aristocracia, propiciadas por el auge de las clases activas de manufactureros y comerciantes como consecuencia de la colonización. Desde las reformas democráticas de Solón (siglos VI a. C.), los hombres libres aumentaron su autonomía merced al derecho al desagravio, a la apelación a un jurado y a decidir sobre la constitución. De este modo, se indujo una concepción de la libertad individual y de la autonomía según la cual los ciudadanos no conocían más autoridad que la que ellos mismos negociaban y eran conscientes de que ello los diferenciaba de los bárbaros (cuadro 1.5). Cuando en los Los persas, de Esquilo, la reina viuda de Darío pregunta quién manda en los griegos, el Corifeo responde: «No se llaman esclavos ni súbditos de ningún hombre».

Cuadro 1.5
Discurso de Ciro a los griegos

(Jenofonte, Anábasis, I, 7)

«Griegos, si os he traído a vosotros para que me ayudéis no es porque me falten bárbaros, sino porque pensaba que erais mejores y más valientes que un crecido número de bárbaros; por eso os tomé. Mostraos, pues, dignos de la libertad que poseéis y por la cual os envidio. Estad seguros de que yo cambiaría por la libertad todos los bienes que poseo y muchos otros más.»

En el ágora se ejercitaba, pues, una actividad agónica, polémica, sin una autoridad ajena a los litigantes. Eso indujo al desarrollo de técnicas de debate, refutación y persuasión enseñadas desde el siglo V por un cuerpo de profesionales liberales, los sofistas, que vendían sus servicios no al Estado, sino a clientes individuales. Estas técnicas políticas y jurídicas se extendieron a todos los campos y fueron la base y el modelo de los análisis metodológicos y lógicos, pues términos como «prueba», «testimonio», «evidencia» o «refutación» provienen del vocabulario político y jurídico. Se produjo así en el campo del saber la proliferación de doctrinas de los presocráticos, incluyendo el escepticismo y el ateísmo, cuya elaboración estaba presidida por una rivalidad y deseo de innovación desconocidos en los escritos de sus vecinos bárbaros. Frente a la utilización milenaria de los mismos textos, tan frecuente en Egipto y Mesopotamia, las doctrinas presocráticas duran lo que sus inventores. En este sentido, aunque la ciencia griega del período sea inferior en sus contenidos a la de sus vecinos, su filosofía de la ciencia, al adoptar el estilo agónico, provocó aquella insistencia en los procedimientos de crítica y argumentación, de refutación y prueba, que condujo a la lógica, a las demostraciones matemáticas y a la reflexión de segundo grado sobre el método y las relaciones entre los diversos saberes.

Así pues los griegos se beneficiaron de vivir en una región ecológicamente favorable ya muy desarrollada, pudieron adaptar el viejo invento de la escritura a su lengua con efectos sociales inesperados y es plausible que aprendieran de sus vecinos gran parte de sus técnicas y conocimientos iniciales en matemáticas, astronomía, medicina y otras muchas cosas. Finalmente, sus instituciones políticas los indujeron a unas actitudes de controversia y libertad frente a toda autoridad que, aplicadas al saber, crearon el espíritu de indagación, innovación y prueba.

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Carlos Solís y Manuel Sellés. Historia de la ciencia (2005).

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